“Cuando, en mi juventud, empecé a tomarme las novelas en serio,
aprendí también a tomarme la vida en serio. Las novelas literarias nos
convencen de que debemos tomarnos la vida en serio demostrando que tenemos
poder para influir en los acontecimientos y que nuestras decisiones personales
moldean nuestras vidas. En sociedades cerradas o semicerradas, donde la
elección individual está restringida, el arte de la novela sigue
subdesarrollado. Pero cuando el arte de la novela se desarrolla en estas
sociedades invita a la gente a examinar sus vidas, y lo logra mediante la
presentación meticulosa de narraciones literarias elaboradas sobre decisiones,
sensaciones y rasgos personales del individuo. Cuando dejamos a un lado las
narraciones tradicionales y empezamos a leer novelas, sentimos que nuestro
propio mundo y nuestras elecciones pueden ser tan importantes como
acontecimientos históricos, guerras internacionales y decisiones de reyes,
bajás, ejércitos, gobiernos y dioses, y que nuestras sensaciones y pensamientos
tienen el potencial de ser mucho más interesantes que todos ellos, lo cual
resulta aún más sorprendente. En mi juventud, mientras devoraba novelas, sentía
una asombrosa sensación de libertad y confianza en mí mismo.
Este es el punto en
el que los personajes literarios entran en escena, porque leer una novela
significa mirar el mundo a través de los ojos, la mente y el alma de los
personajes de la novela. Las historias, las novelas de caballerías, las
epopeyas, los masnavis (cuentos narrados en pareados, en turco, persa, árabe o
urdu) y las largas narraciones poéticas de la época premoderna, describen de
forma típica el mundo desde el punto de vista del lector. Por lo general, en
estas narraciones el héroe se halla inmerso en el entorno de un paisaje, y
nosotros los lectores fuera de este. La novela, sin embargo, nos invita a
adentrarnos en él. Vemos el universo desde el punto de vista del héroe, a través
de sus sensaciones y, cuando es posible, a través de sus palabras. (En el caso
de la novela histórica, este tipo de representación se ve limitada debido a que
el lenguaje el personaje debe ajustarse con naturalidad al contexto del
período. La novela histórica funciona mejor cuando sus artificios y recursos de
contextualización son perceptibles.) Visto a través de los ojos de sus
personajes, el mundo de la novela nos parece más próximo y comprensible. Es
esta proximidad la que otorga al arte de la novela su poder irresistible. Sin
embargo, el foco principal no es la personalidad y la moralidad de los
personajes principales, sino la naturaleza de su mundo. La vida de los
protagonistas, su lugar en el mundo, el modo en que sienten, ven y se
relacionan con su mundo: este es el tema de la novela literaria. […]
La principal
cualidad que distingue la novela de otras narraciones largas y que la convierte
en un género muy apreciado por una amplia base de lectores es el modo en que se
lee: el acto de ver cada uno de estos pequeños puntos, estas terminaciones
nerviosas a lo largo de la línea, a través de los ojos de una de estas figuras
de la historia, y el proceso de asociar estos puntos con los sentimientos y
percepciones de los protagonistas. Tanto si los acontecimientos se narran en
primera como en tercera persona, tanto si el novelista o el narrador es consciente
o no de esta relación, el lector absorbe todos los detalles del paisaje general
al asociarlos con las emociones y los estados de ánimo de un protagonista
próximo a los hechos. Así pues, esta es la regla de oro del arte de la novela,
que deriva de la propia estructura interna de la novela: al lector debería
quedarle la impresión de que incluso la descripción de una escena sin
personajes o de un objeto que es secundario para la historia es una extensión
necesaria del mundo emotivo sensual y psicológico de los protagonistas”.
Capítulo 3. Fragmento