viernes, 5 de julio de 2019

La biblioteca del sabio Tito



En la noche, sólo vivimos aquí tú y yo y un millón de libros.


¿De veras tienes tantos? pregunté.

La verdad es que nunca he podido contarlos. Los libros son muy escurridizos. Buscas uno en un estante y lo encuentras en otro, o no lo encuentras durante años y de pronto aparece frente a tu nariz. Al principio pensé que Eufrosia los cambiaba de lugar después de sacudirlos, luego pensé que era yo quien los movía sin darme cuenta. Soy muy distraído, eso lo nota cualquiera. Pero luego llegué a la conclusión de que los libros se mueven solos: te buscan o te rehúyen […]. Pensarás que es una idea absurda, pero la he comprobado una y otra vez. Te voy a poner un ejemplo, para ver si nos entendemos. Ningún científico ha podido saber por qué desaparecen los calcetines. Das dos a lavar y de pronto sólo regresa uno. El otro se esfuma en el aire. No se trata de un robo: ¿a quién puede servirle un solo calcetín? Algo similar pasa con los libros. Cuando juntas demasiados, resulta difícil que estén quietos. Los libros buscan su acomodo. A veces piden que los leas, a veces que no los leas. […]

A continuación, el tío Tito me mostró algunas secciones de su enorme biblioteca. Mientras recorríamos la casa, Marfil y Obsidiana nos seguían a una discreta distancia. En cambio, Dominó se encaramaba en los estantes y de vez en cuando tiraba un libro. Tal vez era el culpable de que los libros cambiaran de lugar.

El tío se orientaba sin problemas en esas habitaciones cuyo tamaño resultaba imposible de calcular. De un cuarto pasabas a otro, y de pronto te encontrabas en un patio interior, con techo de cristal. En las recámaras los libreros no sólo ocupaban los muros, sino que formaban un laberinto al interior del cuarto, dificultando el paso. Desde una pared nunca podía verse la de enfrente, por culpa de los demasiados libros.

La biblioteca había sido ordenada en secciones, siguiendo un método bastante extraño. Un letrero con letras rojas indicaba de qué trataban los libros reunidos en esa zona, pero los temas eran muy caprichosos. En esa primera visita copié los siguientes en un cuaderno: Perros chichos, Quesos que apestan pero deleitan, El tigre de bengala, Mapas del mundo antiguo, Los dientes de las abuelas, Espadas, cuchillos y lanzas, Átomos tontos, Motores que no hacen ruido, Jugo de naranja, Cosas que parecen ratón, Libros negros, Cómo salir del laberinto, La mermelada no es dinero, Flores carnívoras, El pescador y su anzuelo, Accidentes de aviación, Cohetes que no regresaron, Exploradores que nunca se fueron, La significación del silencio, Fútbol de ataque, 1001 salsas de espagueti, Cómo gobernar sin ser presidente.

Ésos parecían los títulos de libros caprichosos; sin embargo, eran nombres de secciones que, de modo muy extraño, agrupaban distintos libros. Por ejemplo, en la sección Exploradores que nunca se fueron, había setenta y dos volúmenes relacionados con ese curioso asunto.

Mi pariente tenía libros de los temas más diversos. Le pregunté si había comprado algunos sobre el koala.

Deben estar entre los libros de osos contestó. No sé cuántos son. Dejé de contarlos cuando llegué al número quinientos.

¿Y los has leídos todos?

Claro que no. Una biblioteca no es para leerse entera, sino para consultarse. Aquí los libros están por si acaso. He leído toda mi vida, pero hay muchas cosas de las que no sé nada. Lo importante no es tenerlo todo en la cabeza sino saber dónde encontrarlo. La diferencia entre un presumido y un sabio es que el presumido sólo aprecia lo que ya sabe y el sabio busca lo que aún no conoce”.

Capítulo 4: Libros que cambian de lugar. 
Fragmento

lunes, 1 de julio de 2019

El universo interno de las novelas



“Cuando, en mi juventud, empecé a tomarme las novelas en serio, aprendí también a tomarme la vida en serio. Las novelas literarias nos convencen de que debemos tomarnos la vida en serio demostrando que tenemos poder para influir en los acontecimientos y que nuestras decisiones personales moldean nuestras vidas. En sociedades cerradas o semicerradas, donde la elección individual está restringida, el arte de la novela sigue subdesarrollado. Pero cuando el arte de la novela se desarrolla en estas sociedades invita a la gente a examinar sus vidas, y lo logra mediante la presentación meticulosa de narraciones literarias elaboradas sobre decisiones, sensaciones y rasgos personales del individuo. Cuando dejamos a un lado las narraciones tradicionales y empezamos a leer novelas, sentimos que nuestro propio mundo y nuestras elecciones pueden ser tan importantes como acontecimientos históricos, guerras internacionales y decisiones de reyes, bajás, ejércitos, gobiernos y dioses, y que nuestras sensaciones y pensamientos tienen el potencial de ser mucho más interesantes que todos ellos, lo cual resulta aún más sorprendente. En mi juventud, mientras devoraba novelas, sentía una asombrosa sensación de libertad y confianza en mí mismo.

         Este es el punto en el que los personajes literarios entran en escena, porque leer una novela significa mirar el mundo a través de los ojos, la mente y el alma de los personajes de la novela. Las historias, las novelas de caballerías, las epopeyas, los masnavis (cuentos narrados en pareados, en turco, persa, árabe o urdu) y las largas narraciones poéticas de la época premoderna, describen de forma típica el mundo desde el punto de vista del lector. Por lo general, en estas narraciones el héroe se halla inmerso en el entorno de un paisaje, y nosotros los lectores fuera de este. La novela, sin embargo, nos invita a adentrarnos en él. Vemos el universo desde el punto de vista del héroe, a través de sus sensaciones y, cuando es posible, a través de sus palabras. (En el caso de la novela histórica, este tipo de representación se ve limitada debido a que el lenguaje el personaje debe ajustarse con naturalidad al contexto del período. La novela histórica funciona mejor cuando sus artificios y recursos de contextualización son perceptibles.) Visto a través de los ojos de sus personajes, el mundo de la novela nos parece más próximo y comprensible. Es esta proximidad la que otorga al arte de la novela su poder irresistible. Sin embargo, el foco principal no es la personalidad y la moralidad de los personajes principales, sino la naturaleza de su mundo. La vida de los protagonistas, su lugar en el mundo, el modo en que sienten, ven y se relacionan con su mundo: este es el tema de la novela literaria. […]

         La principal cualidad que distingue la novela de otras narraciones largas y que la convierte en un género muy apreciado por una amplia base de lectores es el modo en que se lee: el acto de ver cada uno de estos pequeños puntos, estas terminaciones nerviosas a lo largo de la línea, a través de los ojos de una de estas figuras de la historia, y el proceso de asociar estos puntos con los sentimientos y percepciones de los protagonistas. Tanto si los acontecimientos se narran en primera como en tercera persona, tanto si el novelista o el narrador es consciente o no de esta relación, el lector absorbe todos los detalles del paisaje general al asociarlos con las emociones y los estados de ánimo de un protagonista próximo a los hechos. Así pues, esta es la regla de oro del arte de la novela, que deriva de la propia estructura interna de la novela: al lector debería quedarle la impresión de que incluso la descripción de una escena sin personajes o de un objeto que es secundario para la historia es una extensión necesaria del mundo emotivo sensual y psicológico de los protagonistas”.

Capítulo 3. Fragmento