miércoles, 31 de enero de 2018

La ventana del Círculo


“Las tareas de Mae consistían en enseñar las bestias a los espectadores, dar explicaciones cuando era necesario y ser, a través de la lente que llevaba colgada del cuello, una ventana a aquel nuevo mundo y al mundo del Círculo en general. Todas las mañanas Mae se ponía un collar […] con la cámara a la altura del corazón. Allí era donde ofrecía una perspectiva más estable y más amplia. La cámara veía todo lo que veía Mae, y a menudo más. La señal en bruto de vídeo tenía tanta calidad que los espectadores podían hacer zooms, panorámicas, detener la imagen y mejorarla. El audio estaba meticulosamente diseñado para resaltar sus conversaciones del momento, y para grabar también los ruidos de ambiente o las voces de fondo pero en segundo plano. En esencia, eso significaba que los espectadores podían examinar cualquier sala donde ella estuviera; podían concentrarse en cualquier detalle y, con un poco de esfuerzo, aislar cualquier otra conversación para escucharla. […]

El canal principal de audio, que emitía para Mae desde Orientación Adicional, le llegaba por un auricular minúsculo, que era el que permitía al equipo de OA darle instrucciones de vez en cuando: sugerirle que se pasara por la Era de las Máquinas, por ejemplo, para enseñar a sus espectadores un nuevo vehículo no tripulado y propulsado con energía solar que podía recorrer distancias sin límite, cruzando mares y continentes enteros, siempre y cuando tuviera una exposición adecuada al sol; Mae ya había hecho aquella visita hacía unas horas. Aquello le ocupaba una buena parte de la jornada: el recorrer diversos departamentos y presentar nuevos productos, ya fueran fabricados o patrocinados por el Círculo. Le aseguraba que cada día fuera distinto, y en las seis semanas que llevaba siendo transparente había llevado a Mae prácticamente hasta el último rincón del campus, desde la Era de la Navegación hasta el Viejo Reino, donde estaban, más por divertirse que por otra cosa, trabajando en un proyecto para ponerle una cámara a todos los osos polares del mundo. […]

No se engañaba a sí misma pensando que hasta el último minuto del día les resultaba igual de chispeante a sus espectadores. En las semanas que Mae llevaba siendo transparente había habido tiempo de inactividad, y bastante, pero es que su tarea principal era ofrecer una ventana abierta a la vida del Círculo, tanto a lo sublime como a lo banal. «Estamos en el gimnasio decía por ejemplo, enseñando por primera vez a los espectadores el centro de fitness. Hay gente corriendo y sudando y buscando maneras de mirar el cuerpo a los demás sin que se note». Una hora más tarde podía estar almorzando, de manera formal y sin comentario alguno, delante de los demás circulistas, todos los cuales se comportaban como si no hubiera nadie mirando, o al menos lo intentaban. La mayoría de sus compañeros del Círculo estaban encantados de aparecer ante la cámara, y al cabo de unos días todos los circulistas ya eran conscientes de que formaba parte de su trabajo en el Círculo, y que era una parte elemental del Círculo, punto. Si querían ser una compañía que abogaba por la transparencia, y por las ventajas globales e infinitas del acceso abierto, necesitaban vivir aquel ideal, siempre y en todas partes, y sobre todo en el campus. […]

A Mae también le encantaba sentir a diario que a través de ella fluía el afecto de millones de personas.

Había tardado un poco en acostumbrarse, sin embargo, empezando por el funcionamiento básico del equipo. La cámara era ligera, y al cabo de unos días Mae ya apenas notaba su peso, que no era mayor que el de un relicario, sobre el esternón. Habían intentado varios métodos para sujetársela al pecho, hasta con velcro pegado a la ropa, pero nada resultaba igual de eficaz y sencillo que el simple hecho de colgársela al cuello. Lo segundo a lo que tuvo que acostumbrarse, que le resultaba siempre fascinante y en ocasiones desagradable, fue a ver a través de una pantalla que tenía en la muñeca derecha lo mismo que veía su cámara. Ya prácticamente se había olvidado del monitor de salud que tenía en la muñeca izquierda, pero la cámara había hecho necesario ponerle una segunda pulsera en la derecha. Era del mismo tamaño y material que la de la izquierda, pero tenía la pantalla más grande para poder emitir vídeo y la suma de todos los datos de sus pantallas normales. Con una pulsera en cada muñeca, ambas cómodas y con acabados de metal pulido, se sentía como si fuera Wonder Woman y hasta conocía algo de su poder, aunque la idea era demasiado ridícula para contársela a nadie”.


Fragmento  

jueves, 25 de enero de 2018

Si la infancia se hubiese roto


Elegía

En el punto de partida. Como dragón caído
en algún pantano entre neblina y vaho, está
nuestra tierra costera vestida de bosque de pino. Allá lejos:
dos vapores que gritan desde un sueño.

En la bruma. Este es el mundo inferior.
Bosque inmóvil, superficie de agua inmóvil,
y la mano de orquídeas que surge del pantano.
Al otro lado, más allá de esta senda,

pero flotando en el mismo espejo: el navío,
que la nube ingrávida cuelga de su espacio.
Y el agua en torno a su cayado está inmóvil,
echada en calma. ¡Y aun así, truena!

Y el humo del navío se expande horizontal
allí flamea el sol en su agarrón y el soplo
golpea duro el rostro del que aborda.
Ascender hacia babor de la Muerte.

Una ráfaga súbita y la cortina ondea.
Suena el silencio cual despertador.
Una ráfaga súbita y la cortina ondea.
Hasta que se oye, lejana, golpear una puerta

lejos, en otro año.

                            De 17 poemas (1954). (Fragmento)

                                   …

Del invierno de 1947

En los días de colegio, la sorda, hormigueante fortaleza.
En el atardecer caminaba a casa bajo los carteles.
Entonces venía el susurro sin labios: «¡Despierta, aparecido!»
Y todos los objetos apuntaban a la habitación.

Quinto piso, la habitación hacia el patio. Ardía la lámpara
en un círculo de terror, todas las noches.
Yo estaba sentado en la cama sin párpados y veía
proyecciones proyecciones con los pensamientos de los locos.

Como si hubiese sido imprescindible…
Como si la última infancia se hubiese roto
para poder atravesar la reja.
Como si hubiese sido imprescindible…

Yo leía en libros de vidrio pero veía tan solo las otras
manchas que brotaban del empapelado.
¡Eran los muertos vivos
que pedían que pintasen sus retratos!

Hasta que en el amanecer venían los basureros
y hacían bulla con los cubos de basura ahí abajo,
apacibles campanas grises del traspatio
que me arrullaban hasta hacerme dormir con su sonido.


                             De La barrera de la verdad (1978)