“Las
tareas de Mae consistían en enseñar las bestias a los espectadores, dar
explicaciones cuando era necesario y ser, a través de la lente que llevaba
colgada del cuello, una ventana a aquel nuevo mundo y al mundo del Círculo en
general. Todas las mañanas Mae se ponía un collar […] con la cámara a la altura
del corazón. Allí era donde ofrecía una perspectiva más estable y más amplia.
La cámara veía todo lo que veía Mae, y a menudo más. La señal en bruto de vídeo
tenía tanta calidad que los espectadores podían hacer zooms, panorámicas,
detener la imagen y mejorarla. El audio estaba meticulosamente diseñado para
resaltar sus conversaciones del momento, y para grabar también los ruidos de
ambiente o las voces de fondo pero en segundo plano. En esencia, eso
significaba que los espectadores podían examinar cualquier sala donde ella
estuviera; podían concentrarse en cualquier detalle y, con un poco de esfuerzo,
aislar cualquier otra conversación para escucharla. […]
El
canal principal de audio, que emitía para Mae desde Orientación Adicional, le
llegaba por un auricular minúsculo, que era el que permitía al equipo de OA
darle instrucciones de vez en cuando: sugerirle que se pasara por la Era de las
Máquinas, por ejemplo, para enseñar a sus espectadores un nuevo vehículo no
tripulado y propulsado con energía solar que podía recorrer distancias sin
límite, cruzando mares y continentes enteros, siempre y cuando tuviera una
exposición adecuada al sol; Mae ya había hecho aquella visita hacía unas horas.
Aquello le ocupaba una buena parte de la jornada: el recorrer diversos
departamentos y presentar nuevos productos, ya fueran fabricados o patrocinados
por el Círculo. Le aseguraba que cada día fuera distinto, y en las seis semanas
que llevaba siendo transparente había llevado a Mae prácticamente hasta el último
rincón del campus, desde la Era de la Navegación hasta el Viejo Reino, donde
estaban, más por divertirse que por otra cosa, trabajando en un proyecto para
ponerle una cámara a todos los osos polares del mundo. […]
No
se engañaba a sí misma pensando que hasta el último minuto del día les
resultaba igual de chispeante a sus espectadores. En las semanas que Mae
llevaba siendo transparente había habido tiempo de inactividad, y bastante, pero
es que su tarea principal era ofrecer una ventana abierta a la vida del
Círculo, tanto a lo sublime como a lo banal. «Estamos en el gimnasio ‒decía
por ejemplo, enseñando por primera vez a los espectadores el centro de fitness‒.
Hay gente corriendo y sudando y buscando maneras de mirar el cuerpo a los demás
sin que se note». Una hora más tarde podía estar almorzando, de manera formal y
sin comentario alguno, delante de los demás circulistas, todos los cuales se
comportaban como si no hubiera nadie mirando, o al menos lo intentaban. La
mayoría de sus compañeros del Círculo estaban encantados de aparecer ante la
cámara, y al cabo de unos días todos los circulistas ya eran conscientes de que
formaba parte de su trabajo en el Círculo, y que era una parte elemental del
Círculo, punto. Si querían ser una compañía que abogaba por la transparencia, y
por las ventajas globales e infinitas del acceso abierto, necesitaban vivir
aquel ideal, siempre y en todas partes, y sobre todo en el campus. […]
A
Mae también le encantaba sentir a diario que a través de ella fluía el afecto
de millones de personas.
Había
tardado un poco en acostumbrarse, sin embargo, empezando por el funcionamiento
básico del equipo. La cámara era ligera, y al cabo de unos días Mae ya apenas
notaba su peso, que no era mayor que el de un relicario, sobre el esternón.
Habían intentado varios métodos para sujetársela al pecho, hasta con velcro
pegado a la ropa, pero nada resultaba igual de eficaz y sencillo que el simple
hecho de colgársela al cuello. Lo segundo a lo que tuvo que acostumbrarse, que
le resultaba siempre fascinante y en ocasiones desagradable, fue a ver ‒a
través de una pantalla que tenía en la muñeca derecha‒
lo mismo que veía su cámara. Ya prácticamente se había olvidado del monitor de
salud que tenía en la muñeca izquierda, pero la cámara había hecho necesario
ponerle una segunda pulsera en la derecha. Era del mismo tamaño y material que
la de la izquierda, pero tenía la pantalla más grande para poder emitir vídeo y
la suma de todos los datos de sus pantallas normales. Con una pulsera en cada
muñeca, ambas cómodas y con acabados de metal pulido, se sentía como si fuera
Wonder Woman y hasta conocía algo de su poder, aunque la idea era demasiado
ridícula para contársela a nadie”.
Fragmento