“Vivimos en un mundo de fronteras e identidades fluidas. Los
lentos movimientos de migración y conquista que dieron forma a la tierra
durante miles de años son ahora cien veces más rápidos, de modo que, como en
una película acelerada, nada ni nadie parece permanecer mucho tiempo en el
mismo sitio. Apegados a un determinado lugar por nuestro nacimiento, por lazos
de sangre, por afectos aprendidos o necesidades creadas, renunciamos, o se nos
obliga a renunciar, a esos apegos y adquirimos nuevas lealtades y devociones,
que cambiarán a su vez, unas veces hacia atrás, otras hacia adelante,
alejándonos de un centro imaginado. Estos movimientos provocan ansiedad,
individual y social. Individual, porque nuestra identidad cambia con esos
desplazamientos. Abandonamos nuestro hogar por fuerza o por elección, como
exiliados y refugiados o como inmigrantes o viajeros, amenazados o perseguidos
en nuestra patria o meramente atraídos por otros paisajes y otras
civilizaciones. Social, porque si nos quedamos, el lugar que llamamos nuestra
tierra cambia. La llegada de nuevas culturas, los estragos causados por la
guerra o por las transformaciones industriales, las divisiones políticas o
reagrupaciones étnicas, las estrategias de las multinacionales y el comercio
global hacen imposible aferrarse durante mucho tiempo a una definición
compartida de nacionalidad. Y si la terrible pregunta que la Oruga hace a
Alicia en el País de las Maravillas siempre ha sido difícil de contestar, hoy,
en nuestro universo caleidoscópico, ha llegado a ser tan problemática que casi
carece de significado: '¿Quién eres tú?'. […]
Podemos encontrar respuestas o, mejor dicho, preguntas mejor
formuladas, en algunas historias como las mencionadas en estas páginas. Pero
ninguna de ellas, ni siquiera la mejor o la más verdadera, puede salvarnos de
nuestra propia locura. Los relatos no pueden protegernos del sufrimiento o del
error, de las catástrofes naturales o artificiales o de nuestra propia codicia
suicida. Lo único que puede hacer a veces, por razones imposibles de prever, es
hablarnos de esa locura y esa codicia y recordarnos que debemos mantenernos
alerta frente a las tecnologías cada vez más perfeccionadas. Los relatos pueden
ofrecer consuelo frente al sufrimiento y palabras para dar nombre a nuestras
experiencias. La ficción pueden decirnos quiénes somos y qué son esos relojes
de arena a través de los cuales nos deslizamos, y puede también sugerirnos
formas de imaginar un futuro que, sin exigir un final feliz, pueden ofrecernos
alguna manera de permanecer vivos, juntos, en esta tierra maltratada”.
Fragmento