jueves, 10 de agosto de 2017

La pantalla de Hal


“Vivimos en un mundo de fronteras e identidades fluidas. Los lentos movimientos de migración y conquista que dieron forma a la tierra durante miles de años son ahora cien veces más rápidos, de modo que, como en una película acelerada, nada ni nadie parece permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. Apegados a un determinado lugar por nuestro nacimiento, por lazos de sangre, por afectos aprendidos o necesidades creadas, renunciamos, o se nos obliga a renunciar, a esos apegos y adquirimos nuevas lealtades y devociones, que cambiarán a su vez, unas veces hacia atrás, otras hacia adelante, alejándonos de un centro imaginado. Estos movimientos provocan ansiedad, individual y social. Individual, porque nuestra identidad cambia con esos desplazamientos. Abandonamos nuestro hogar por fuerza o por elección, como exiliados y refugiados o como inmigrantes o viajeros, amenazados o perseguidos en nuestra patria o meramente atraídos por otros paisajes y otras civilizaciones. Social, porque si nos quedamos, el lugar que llamamos nuestra tierra cambia. La llegada de nuevas culturas, los estragos causados por la guerra o por las transformaciones industriales, las divisiones políticas o reagrupaciones étnicas, las estrategias de las multinacionales y el comercio global hacen imposible aferrarse durante mucho tiempo a una definición compartida de nacionalidad. Y si la terrible pregunta que la Oruga hace a Alicia en el País de las Maravillas siempre ha sido difícil de contestar, hoy, en nuestro universo caleidoscópico, ha llegado a ser tan problemática que casi carece de significado: '¿Quién eres tú?'. […]

       Podemos encontrar respuestas o, mejor dicho, preguntas mejor formuladas, en algunas historias como las mencionadas en estas páginas. Pero ninguna de ellas, ni siquiera la mejor o la más verdadera, puede salvarnos de nuestra propia locura. Los relatos no pueden protegernos del sufrimiento o del error, de las catástrofes naturales o artificiales o de nuestra propia codicia suicida. Lo único que puede hacer a veces, por razones imposibles de prever, es hablarnos de esa locura y esa codicia y recordarnos que debemos mantenernos alerta frente a las tecnologías cada vez más perfeccionadas. Los relatos pueden ofrecer consuelo frente al sufrimiento y palabras para dar nombre a nuestras experiencias. La ficción pueden decirnos quiénes somos y qué son esos relojes de arena a través de los cuales nos deslizamos, y puede también sugerirnos formas de imaginar un futuro que, sin exigir un final feliz, pueden ofrecernos alguna manera de permanecer vivos, juntos, en esta tierra maltratada”.


Fragmento