“Desde mis primeras lecturas, el mundo imaginario y el mundo real
se confundieron, no de una manera que me haya llevado a vivir en un mundo
falso, sino, por el contrario, volviendo concreto lo imaginario. Aprendí a
utilizar las historias imaginarias para esclarecer la realidad, de manera tal
que no fuera necesario pasar por una especie de representación documental del
mundo y de la vida para entenderla; al contrario, permití que las historias
imaginarias iluminaran esa realidad de una manera bien concreta y profunda.
Contra lo que se pueda pensar, la
acumulación de hechos documentales no reconstruye la experiencia de la
realidad. La presenta como pieza de museo, pero una pieza de museo no es la
experiencia vivida, y leer, por ejemplo, la historia de un joven marino en Las mil y una noches me enseña mucho más
sobre la relación entre causalidad e imprevisibilidad que una definición
psicológica o científica. Eso no quiere decir que no me interesen la
psicología, las ciencias naturales o las matemáticas, pero sobre todo me
interesan cuando no intentan reducir el conocimiento del mundo a una fórmula.
Las ideas deben, necesariamente,
permitir un diálogo, deben ser un punto de reflexión y no una conclusión. Lo
que me interesa cada vez más no es la literatura en sí, sino la literatura como
forma de interrogar al mundo. Las historias que terminan cuando se lee la
última página pueden dejarme satisfecho media hora, pero necesito que se abran,
poder transformarlas, para que me resulten totalmente prácticas. Una de las grandes
mentiras que se nos cuenta desde siempre es que la literatura es un pasatiempo,
un lujo casi superfluo. En realidad, la literatura es un lugar tan concreto
como la pieza en la que estamos en este instante y no es un pasatiempo, sino
que ella misma está hecha de tiempo. Habita, cuando es verdadera, el pasado, el
presente y el futuro. Pienso que la enseñanza de la literatura pasa por darse
cuenta de eso. Sólo cuando el estudiante advierte que es su historia la que se
cuenta, su lugar el que se define, su tiempo el que se está reflejando en el
libro, el estudiante se vuelve lector. La literatura que cuenta es la que
amplía nuestra vida.
A pesar de las estrategias
mercantiles, de las exigencias industriales, de las censuras políticas ‒a veces groseras, a veces sutiles‒, siempre va a seguir existiendo la
fuerza de la imaginación creativa, la voluntad, incluso la necesidad, de crear
con palabras modelos útiles para el mundo. Los mundos imaginarios hechos de
palabras nos permiten vivir conscientemente en el mundo cotidiano, comprender,
o empezar a comprender, nuestro destino, encontrar un consuelo a pesar de los
sufrimientos y el desaliento a los que nos enfrentamos días tras día. Creo que
siempre existirá la literatura”.
Conversaciones con un amigo (fragmento).
Alberto Manguel