lunes, 23 de marzo de 2020

El galope que anuncia el alba



“La muchacha, el hombre, el león y el gallo se quedaron inmóviles; parecía que la belleza de lo que contemplaban los había convertido en estatuas. Por el este, donde estaba el mar y por donde habría de salir el sol, la luz se acercaba con sigilo tratando de internarse en el bosque como una neblina, y a medida que aumentaba la claridad lo hacía también el ruido del mar. De pronto, la luz pareció tomar forma. Dentro de ella había sombras que se movían, constituidas por otra luz aún más brillante. Eran cientos de caballos blancos a galope, con largas y sueltas crines y elegantes cuellos curvados como los de los caballos de ajedrez que había en la sala de estar. Sus cuerpos, que avanzaban a la velocidad de la luz, estaban hechos de una materia más etérea que la del arco iris. A pesar de todo, se veían sus siluetas recortadas nítidamente contra el fondo negro de los árboles… Eran los caballos marinos que, tal como le había explicado el párroco a María, entraban en tierra a galope, un alegre galope que anunciaba el alba.

Ya estaban casi sobre ellos: el mar les bramaba en los oídos y la luminosidad los cegaba. Coq Noir exhaló un grito de terror y se tapó la cabeza con un brazo, pero María, aunque tuvo que cerrar los ojos a causa del resplandor, se rió de pura emoción porque sabía que los caballos no les harían daño y tan sólo pasarían por encima de ellos como un haz de luz o como el arco iris.

Y así sucedió. Hubo un instante de indescriptible frescura y júbilo, como cuando rompe una ola contra el cuerpo. Luego, en la distancia, se fue apagando el ruido del mar, y  cuando abrieron los ojos, percibieron tan sólo la débil y fantasmal luz grisácea que no les mostraba otra cosa que la forma de los árboles y el contorno de las caras. Los caballos blancos se habían ido… todos, salvo uno.

Lo vieron al mismo tiempo, bajo un enorme pino que tenían a la derecha, como si se hubiera detenido en mitad de su escapada, un poco vuelto hacia ellos, con el cuello orgullosamente arqueado y levantada una de sus delicadas pezuñas con herradura de plata. Después él también se fue, y no quedó en el bosque otra claridad que la del alba, que aumentaba poco a poco”. 

Fragmento