lunes, 11 de marzo de 2019

La voz de un Poeta



II
El albatros

La gente marinera, con crueldad salvaje,
suele cazar albatros, grandes aves marinas,
que siguen a los barcos compañeras de viaje,
blanqueando en los aires como blancas neblinas.

Pero, apenas los dejan en la lisa cubierta
¡ellos, que al aire imponen el triunfo de su vuelo! 
sus grandes alas blancas, como una cosa muerta,
como dos remos rotos, arrastran por el suelo.

Y el alado viajero toda gracia ha perdido,
y, como antes hermoso, ahora es torpe y simiesco:
y uno le quema el pico con un hierro encendido
y el otro cojeando copia su andar grotesco.

El Poeta recuerda a este rey de los vientos
que desdeña las flechas y que atraviesa el mar;
en el suelo, cargado de bajos sufrimientos,
sus alas de gigantes no le dejan andar.


LXXVI
La campana hendida

En las noches de invierno es dulce y es doliente
escuchar, contemplando la llama que se encumbra,
los recuerdos lejanos que cantan suavemente
al tacteo del péndulo que oscila en la penumbra.

¡Bendita la campana de balance armonioso,
que, a pesar de los años, alerta y expedita,
da fielmente a los aires su grito religioso
como un viejo soldado que vela en su garita!

En cuanto a mí, mi alma está hendida y, si acaso
su voz, cruzando el aire, trata de abrirse paso,
parece el angustioso jadeo de un herido

que en un charco de sangre dejaron por olvido,
bajo un montón de muertos, con cuyo peso horrendo,
se ahoga y no se puede mover y está muriendo.

Traducción de Eduardo Marquina