domingo, 9 de diciembre de 2018

Un novelista es una araña



“Esta novela es la primera que escribí, casi puedo decir lo primero que escribí, si se exceptúan unos pocos cuentos. ¿Qué impresión me hace retomarla hoy? ¿Qué efecto me hace releerla ahora? […] La desazón que durante tanto tiempo me ha causado este libro en parte se ha atenuado, en parte continúa: es la relación con algo mucho más grande que yo, con emociones que han implicado a todos mis contemporáneos, y tragedias, y heroísmos, e impulsos generosos y geniales, y oscuros dramas de conciencia. La Resistencia: ¿cómo entra este libro en la literatura de la Resistencia? […] A mí esta responsabilidad terminaba por hacerme sentir que el tema era demasiado comprometido y solemne para mis fuerzas. Y entonces, justamente para no dejarme intimidar por el tema, decidí abordarlo no de frente sino en escorzo. Todo debía ser visto por los ojos de un niño, en un ambiente de pilluelos y vagabundos. Inventé una historia que se mantuviera al margen de la guerra partisana, de sus heroísmos y sus sacrificios, pero que al mismo tiempo transmitiera su color, su áspero sabor, su ritmo…

Quien comenzaba entonces a escribir se encontraba tratando la misma materia que el narrador oral anónimo: a las historias que habíamos vivido personalmente o de las que habíamos sido espectadores, se añadían las que nos habían llegado ya como relatos, con una voz, una cadencia, una expresión mímica. Durante la guerra partisana las historias se transformaban apenas vividas y se transfiguraban en historias contadas por las noches en torno al fuego, iban adquiriendo un estilo, un lenguaje, un humor como de bravata, una búsqueda de efectos angustiosos o truculentos. Algunos de mis cuentos, algunas páginas de esta novela, tienen en su origen esa tradición oral recién nacida en los hechos, en el lenguaje. […]

Tenía un paisaje. Pero para poder representarlo era preciso que se volviera secundario con respecto a otra cosa: a gentes, a historias. La Resistencia representó la fusión entre paisaje y gentes. La novela que de otra manera no habría conseguido escribir jamás, aquí está. El escenario cotidiano de toda mi vida se había vuelto enteramente extraordinario y novelesco: una sola historia se desovillaba desde los oscuros soportales de la Ciudad Vieja hasta los bosques, en lo alto; era un perseguirse y esconderse de hombres armados; incluso lograba representar las villas, ahora que las había visto requisadas y transformadas en cuerpos de guardia y prisiones; también los campos de claveles, desde que se habían convertido en descampados, peligrosos de atravesar, evocadores de ráfagas de metralleta desgranándose en el aire. […]

Puedo definirlo como un ejemplo de literatura comprometida, en el sentido más rico y pleno de la palabra. Hoy, en general, cuando se habla de literatura comprometida uno se hace una idea equivocada, como de una literatura que sirve para ilustrar una tesis ya definida a priori, independientemente de la expresión poética. En cambio, lo que se llamaba el compromiso, puede irrumpir en todos los niveles; aquí quiere ser ante todo imágenes y palabra, empuje, tono, estilo, arrogancia, desafío.

Las lecturas y la experiencia de la vida no son dos universos sino uno. Para ser interpretada, cada experiencia de la vida pide auxilio a ciertas lecturas y se funde con ellas. Que los libros nacen siempre de otros libros es una verdad en contradicción sólo aparente con la otra: que los libros nacen de la vida práctica y de las relaciones entre los hombres. […]

Miro pues hacia atrás, miro la estación que se me presentó atestada de imágenes y de significados: la guerra partisana, los meses que contaron como años y de los cuales uno tendría que poder obtener durante toda la vida rostros y advertencias y paisajes y pensamientos y episodios y palabras y conmociones: todo es lejano y brumoso, y las páginas escritas ya polemizan con una memoria que era todavía un hecho presente, macizo, que parecía estable, dado de una vez por todas: la experiencia… y no me sirven, necesitaría todo lo demás, exactamente lo que no está”.

Fragmento de una nota preliminar escrita
por el autor en 1964, diecisiete años después
de la primera publicación de la obra.