domingo, 23 de diciembre de 2018

La espía



“La siguiente vez que vi a la Joven de las Naranjas fue en Nochebuena, […] justo en Nochebuena. Y esa vez hablé con ella de verdad. Bueno, al menos intercambiamos algunas palabras.

En aquella época compartía un pequeño piso en el barrio de Adamstuen con un compañero de la facultad llamado Gunnar. Pero iba a pasar la Nochebuena en mi casa de Humleveien con mi familia, compuesta sólo por mis padres y mi hermano, es decir, tu tío Einar, cuatro años menor que yo. Aquel invierno él estudiaba el último curso de la enseñanza obligatoria. […]

Casi había perdido la esperanza de volver a ver a las Joven de las Naranjas […]. De repente decidí asistir a la misa de Navidad […]. Seguía tan embaucado por la misteriosa joven que me imaginaba que tal vez fuera a misa antes de ir a cenar con la gente con la que celebraría la Navidad. (¿Quiénes serían?) Llegué a la conclusión de que lo más probable era que la vería en la catedral, o lo menos improbable, para ser más preciso. […]

El cuento de la Joven de las Naranjas es como la historia de una lotería gigantesca en la que sólo son visibles los boletos premiados. Piensa en todos los boletos de la Loto que se rellenan en el transcurso de una semana. Intenta imaginártelos en una enorme habitación, tal vez necesites un gimnasio entero. Y entonces, por un espectacular truco de magia, todos los boletos que no tienen un premio de más de un millón de coronas desaparecen sin más. Después de eso no quedarán muchas boletas en el gimnasio. ¡Y sin embargo en los periódicos sólo leemos sobre ellos!

Estamos tras la huella de la Joven de las Naranjas, nos hemos enganchado a ella, pues de ella, y solamente de ella trata esta historia. Por lo tanto, podemos olvidarnos de todo lo demás por ahora. Borramos a todos los demás seres humanos de la ciudad. Metemos a todas las demás mujeres entre paréntesis. Así de sencillo.

No la veo hasta que me encuentro dentro de la iglesia, la descubro de repente mientras el organista está tocando un preludio de Bach. Siento escalofríos, sudo. La Joven de las Naranjas está sentada al otro lado del pasillo central, no puede tratarse de otra, y en una ocasión durante la misa se vuelve para mirar hacia arriba al coro, que canta una de las canciones de Navidad. […] Viste un abrigo negro y lleva el pelo recogido en la nuca con un gran pasador que parece de plata, pues sí, es de plata pura, como la del cuento, tal vez la haya labrado uno de los siete enanitos que salvaron la vida a Blancanieves. […]

No oigo lo que dice el pastor, pero supongo que habla de María, José y el Niño Jesús, faltaría más. Se dirige a los niños, eso me gusta, la Nochebuena pertenece a los niños. Lo único que hago es esperar a que acabe la misa. Concluye la música, la congregación se levanta de los bancos, y debo procurar a toda costa que la Joven de las Naranjas salga de la iglesia antes que yo. Pasa por delante de mi banco y hace un gesto con la cabeza, aunque no sé si se fija en mí. Pero está sola, y es aún más hermosa de lo que la recordaba. Es como si todo el resplandor navideño se hubiera concentrado en una sola mujer.

¡Ah! Sólo yo sé que esta chica es una auténtica Joven de las Naranjas, que además está repleta de tentadores secretos. Sé que procede de un cuento muy diferente, con reglas muy distintas a las que rigen aquí. Sé que es una espía en nuestra realidad. […] Esto es una locura, me digo, hasta ahí llego a pensar con sensatez. Pero es Nochebuena. Aunque el tiempo de los milagros ya pasó, nos queda al menos un día mágico, un día en el que todo puede suceder. Todo. Noche de paz. Noche de amor, y la Joven de las Naranjas revolotea por las calles de Oslo como si nada. […] La adelanto un paso, me vuelvo y digo alegremente: «¡Feliz Navidad!» Es obvio que se sobresalta, o hace como si se sobresaltara, eso nunca puede saberse. Esboza una vaga sonrisa. No tiene aspecto de espía. Tiene aspecto de una chica por la que yo daría cualquier cosa por conocer mejor. Contesta: «¡Feliz Navidad!»”.

Fragmento

domingo, 9 de diciembre de 2018

Un novelista es una araña



“Esta novela es la primera que escribí, casi puedo decir lo primero que escribí, si se exceptúan unos pocos cuentos. ¿Qué impresión me hace retomarla hoy? ¿Qué efecto me hace releerla ahora? […] La desazón que durante tanto tiempo me ha causado este libro en parte se ha atenuado, en parte continúa: es la relación con algo mucho más grande que yo, con emociones que han implicado a todos mis contemporáneos, y tragedias, y heroísmos, e impulsos generosos y geniales, y oscuros dramas de conciencia. La Resistencia: ¿cómo entra este libro en la literatura de la Resistencia? […] A mí esta responsabilidad terminaba por hacerme sentir que el tema era demasiado comprometido y solemne para mis fuerzas. Y entonces, justamente para no dejarme intimidar por el tema, decidí abordarlo no de frente sino en escorzo. Todo debía ser visto por los ojos de un niño, en un ambiente de pilluelos y vagabundos. Inventé una historia que se mantuviera al margen de la guerra partisana, de sus heroísmos y sus sacrificios, pero que al mismo tiempo transmitiera su color, su áspero sabor, su ritmo…

Quien comenzaba entonces a escribir se encontraba tratando la misma materia que el narrador oral anónimo: a las historias que habíamos vivido personalmente o de las que habíamos sido espectadores, se añadían las que nos habían llegado ya como relatos, con una voz, una cadencia, una expresión mímica. Durante la guerra partisana las historias se transformaban apenas vividas y se transfiguraban en historias contadas por las noches en torno al fuego, iban adquiriendo un estilo, un lenguaje, un humor como de bravata, una búsqueda de efectos angustiosos o truculentos. Algunos de mis cuentos, algunas páginas de esta novela, tienen en su origen esa tradición oral recién nacida en los hechos, en el lenguaje. […]

Tenía un paisaje. Pero para poder representarlo era preciso que se volviera secundario con respecto a otra cosa: a gentes, a historias. La Resistencia representó la fusión entre paisaje y gentes. La novela que de otra manera no habría conseguido escribir jamás, aquí está. El escenario cotidiano de toda mi vida se había vuelto enteramente extraordinario y novelesco: una sola historia se desovillaba desde los oscuros soportales de la Ciudad Vieja hasta los bosques, en lo alto; era un perseguirse y esconderse de hombres armados; incluso lograba representar las villas, ahora que las había visto requisadas y transformadas en cuerpos de guardia y prisiones; también los campos de claveles, desde que se habían convertido en descampados, peligrosos de atravesar, evocadores de ráfagas de metralleta desgranándose en el aire. […]

Puedo definirlo como un ejemplo de literatura comprometida, en el sentido más rico y pleno de la palabra. Hoy, en general, cuando se habla de literatura comprometida uno se hace una idea equivocada, como de una literatura que sirve para ilustrar una tesis ya definida a priori, independientemente de la expresión poética. En cambio, lo que se llamaba el compromiso, puede irrumpir en todos los niveles; aquí quiere ser ante todo imágenes y palabra, empuje, tono, estilo, arrogancia, desafío.

Las lecturas y la experiencia de la vida no son dos universos sino uno. Para ser interpretada, cada experiencia de la vida pide auxilio a ciertas lecturas y se funde con ellas. Que los libros nacen siempre de otros libros es una verdad en contradicción sólo aparente con la otra: que los libros nacen de la vida práctica y de las relaciones entre los hombres. […]

Miro pues hacia atrás, miro la estación que se me presentó atestada de imágenes y de significados: la guerra partisana, los meses que contaron como años y de los cuales uno tendría que poder obtener durante toda la vida rostros y advertencias y paisajes y pensamientos y episodios y palabras y conmociones: todo es lejano y brumoso, y las páginas escritas ya polemizan con una memoria que era todavía un hecho presente, macizo, que parecía estable, dado de una vez por todas: la experiencia… y no me sirven, necesitaría todo lo demás, exactamente lo que no está”.

Fragmento de una nota preliminar escrita
por el autor en 1964, diecisiete años después
de la primera publicación de la obra.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Mr. Tambourine Man




"Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
I'm not sleepy and there is no place I'm going to
Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
In the jingle jangle morning I'll come following you.

Though I know that evening's empire has returned into sand
vanished from my hand
left me blindly here to stand but still not sleeping.
My weariness amazes me, I'm branded on my feet
I have no one to meet
and the ancient empty street's too dead for dreaming.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
I'm not sleepy and there is no place I'm going to
Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
In the jingle jangle morning I'll come following you.

Take me on a trip upon your magic swirling ship.
My senses have been stripped
my hands can't feel to grip
my toes too numb to step
wait only for my boot heels to be wandering.
I'm ready to go anywhere, I'm ready for to fade
into my own parade
cast your dancing spell my way, I promise to go under it.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
I'm not sleepy and there is no place I'm going to
Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
In the jingle jangle morning I'll come following you.

Though you might hear laughing, spinning, swinging madly across the sun
it's not aimed at anyone
it's just escaping on the run
and but for the sky there are no fences facing
and if you hear vague traces of skipping reels of rhyme
to your tambourine in time
it's just a ragged clown behind
I wouldn't pay it any mind
it's just a shadow you're seeing that he's chasing.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
I'm not sleepy and there is no place I'm going to
Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
In the jingle jangle morning I'll come following you.

Then take me disappearing through the smoke rings of my mind
down the foggy ruins of time
far past the frozen leaves
the haunted frightened trees
out to the windy beach
far from the twisted reach of crazy sorrow.
Yes, to dance beneath the diamond sky
with one hand waving free
silhouetted by the sea
circled by the circus sands
with all memory and fate
driven deep beneath the waves
let me forget about today until tomorrow.

Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
I'm not sleepy and there is no place I'm going to
Hey! Mr. Tambourine man, play a song for me
In the jingle jangle morning I'll come following you".