“A comienzos del
siglo XIX todo hombre libre es poeta en Rusia. En los liceos, las
universidades, las academias militares no hay un joven que no versifique. Nadie
que se precie de ser alguien puede dejar de pertenecer a un club literario. En
un clima de saturación cultural, incertidumbre y exasperaciones comienza a
surgir la verdadera gran literatura. Hay un nombre fundamental en ese período,
el de Alexander Griboyedov, personaje notable, uno de los más lúcidos
representantes del pensamiento ilustrado en los círculos de Moscú y
Petersburgo, autor de una obra única, La
tragedia de tener talento, pieza dramática destinada a ejercer una amplia
influencia en todo el país. Su protagonista, el joven Chatski, ha tenido hasta
el día de hoy una amplia legión de seguidores. Chatski es un impugnador de las
costumbres de su tiempo, del atraso político, de la inmoralidad reinante, más
que nada de la falsedad y la mentira. Los círculos dominantes de la sociedad lo
califican de demente. Asqueado de su mundo, Chatski prefiere marginarse y vivir
como un misántropo. La comedia de Griboyedov no pudo publicarse ni
representarse en vida del autor. Sin embargo, todos los jóvenes de su época la
conocían de memoria; algunos, Lermontov, por ejemplo, parecían adecuar su
conducta personal a la del personaje central. […]
En los ochenta años que comprende el
período clásico de la novela rusa se creó y desarrolló uno de los más
portentosos movimientos narrativos de la literatura universal. En las
condiciones menos propicias surgió la novela, alcanzó su plenitud y logró
ampliar los límites del género. La novela rusa no se conformó con ser obra de
ficción; fue a la vez ensayo político, indagación moral, interpretación de la
historia, tratado filosófico. […]
«El
alma sufre, el alma está enferma, el alma se recupera».
Según Virginia Woolf son las pulsaciones del alma lo que nos interesa en la
novela rusa, no el destino de sus personajes. El alma es el protagonista
verdadero. ¡Y qué cantidad de alma se encuentra allí en estado puro! Cualquier
novela, abierta al azar, nos entregará pasajes preciosos de ese temblor
espiritual. Me basta citar un pasaje de Los
hermanos Karamazov, de Dostoievski. Dimitri Karamazov despierta en el
juzgado durante uno de los descansos del juicio que se le sigue, acusado de
haber asesinado a su padre:
«‒
¿Qué? ¿Dónde? ‒exclamó,
abriendo los ojos, sentándose en el arca, como si volviera de un desmayo,
sonriendo brillantemente. Nikolai Parfenovich estaba de pie, a su lado, y le
decía que escuchara la lectura en voz alta del acta, y que la firmara luego. Dimitri
supuso que se había quedado durante más de una hora dormido, pero no oyó bien
lo que le decía Nikolai Parfenovich. De pronto, le sorprendió descubrir el
hecho de que tenía una almohada bajo la cabeza, que no se encontraba ahí cuando
se había acostado, extenuado, sobre el arca.
‒
¿Quién puso esta almohada bajo mi cabeza? ¿Quién fue tan bondadoso? ‒exclamó,
con una especie de arrebatada gratitud, y lágrimas en la voz, como si se le
hubiese hecho una tremenda bondad.
Nunca supo quién había sido el hombre
bondadoso, quizás uno de los campesinos que fungían como testigos, o el pequeño
secretario de Nikolai Parfenovich compasivamente había pensado en poner una
almohada debajo de su cabeza, pero toda su alma se estremecía en lágrimas. Se
acercó a la mesa y dijo que firmaría todo lo que quisieran.
‒ He tenido un hermoso sueño, caballeros
‒dijo con voz extraña,
con una nueva luz, como de alegría, en su rostro».
«Por
un momento»,
apunta E. M. Forster al referirse a ese fragmento, «sentimos
que el universo entero necesita piedad y amor. Los personajes representan algo
más que ellos mismos». Tal vez eso hace de la novela rusa
del período clásico un fenómeno diferente a la del resto del mundo”.
La casa de la tribu (fragmento)