jueves, 3 de mayo de 2018

En el jardín de la Capilla Expiatoria



“Desnoyers protestó con mal humor. ¿Marcharse?... París era pequeño para ellos por culpa de Margarita, que se negaba a volver al único sitio donde estarían al abrigo de toda sorpresa. En otro paseo, en un restaurante, allí donde fuesen, corrían igual riesgo de ser conocidos. Ella sólo aceptaba entrevistas en lugares públicos, y al mismo tiempo sentía miedo a la curiosidad de la gente. ¡Si Margarita quisiera ir a su estudio, de tan dulces recuerdos!...

-No; a tu casa no -repuso ella con apresuramiento-. No puedo olvidar el último día que estuve allí.

Pero Julio insistió, adivinando en su firme negativa el agrietamiento de una primera vacilación. ¿Dónde estarían mejor? Además, ¿no iban a casarse tan pronto como les fuese posible?...

-Te digo que no -repitió ella-. ¡Quién sabe si mi marido me vigila! ¡Qué complicación para mi divorcio si nos sorprenden en tu casa!

Ahora fue él quien hizo el elogio del marido, esforzándose para demostrar que esta vigilancia era incompatible con su carácter. El ingeniero había aceptado los hechos, juzgándolos irreparables, y en aquel momento sólo pensaba en rehacer su vida.

-No; mejor es separarse -continuó ella-. Mañana nos veremos. Tú buscarás otro sitio más discreto. Piensa; tú encuentras solución a todo.

Pero él deseaba la solución inmediata. Habían abandonado sus asientos, dirigiéndose lentamente hacia la rue des Mathurins. Julio hablaba con una elocuencia temblorosa y persuasiva. Mañana, no: ahora. No tenían más que llamar a un «auto» de alquiler; unos minutos de carrera, y luego el aislamiento, el misterio, la vuelta al dulce pasado, la intimidad de aquel estudio que había visto sus mejores horas. Creerían que no había transcurrido el tiempo, que estaban aún en sus primeras entrevistas.

-No -dijo ella con acento desfallecido, buscando una última resistencia-. Además, estará allí tu secretario, ese español que te acompaña. ¡Qué vergüenza encontrarme con él!...

Julio rió... ¡Argensola! ¿Podía ser un obstáculo este camarada que conocía todo su pasado? Si lo encontraban en la casa, saldría inmediatamente. Más de una vez lo había obligado a abandonar el estudio para que no estorbase. Su discreción era tal, que le hacía presentir los sucesos. De seguro que había salido, adivinando una visita próxima que no podía ser más lógica. Andaría por las calles en busca de noticias.

Calló Margarita, como si se declarase vencida al ver agotados sus pretextos. Desnoyers calló también, aceptando favorablemente su silencio. Habían salido del jardín, y ella miraba en torno con inquietud, asustada de verse en plena calle al lado de su amante y buscando un refugio. De pronto vio ante ella una portezuela roja de automóvil abierta por la mano de su compañero.

-Sube -ordenó Julio.

Y ella subió apresuradamente, con el ansia de ocultarse cuanto antes. El vehículo se puso en marcha a gran velocidad. Margarita bajó inmediatamente la cortinilla de la ventana próxima a su asiento. Pero antes que terminase la operación y pudiera volver la cabeza, sintió una boca ávida que acariciaba su nuca.

-No; aquí no -dijo con tono suplicante-. Seamos serios.

Y mientras él, rebelde a estas exhortaciones, insistía en sus apasionados avances, la voz de Margarita volvió a sonar sobre el estrépito de ferretería vieja que lanzaba el automóvil saltando sobre el pavimento.

-¿Crees realmente que no habrá guerra? ¿Crees que podremos casarnos?... Dímelo otra vez. Necesito que me tranquilices… Quiero oírlo de tu boca.

Capítulo I. Fragmento