jueves, 3 de mayo de 2018

Prólogo del Rey de Redonda



“¿Qué ocurre con todos aquellos escritores que sólo acertaron de lleno una vez, y esa única vez les dio para pocas páginas, veinticinco, diez, cinco? Habría que preguntarse si el mismísimo Cervantes acertó de lleno más de una vez. De lo que no cabe duda es de que tuvo el aliento, la paciencia, la imaginación o la suerte de que esa segura vez (que en principio iba a ser breve) le durara años y centenares de páginas. A veces pasar a la historia de la literatura es más bien una cuestión de insistencia, variaciones y dosificación.

Lo escrito y olvidado es incomparablemente más vasto que lo escrito y recordado, y hay páginas extraordinarias que nadie conoce porque quizá están en medio de tantas más desdeñables. No basta una imagen, una metáfora, una reflexión, un pasaje magníficos; no basta una sola página, ni siquiera -así parece- un cuento, un solo cuento. Y sin embargo, ¿no es posible que muchos de los hombres que, en la expresión de Stevenson, se han dedicado a «jugar con papel» hayan tenido una idea brillante que además les haya inspirado una ejecución perfecta una sola vez y durante pocas horas?

El cuento fantástico o de horror o de fantasmas […] se trata de un género que, aunque normalmente relegado a la mera condición de tal, tiene la capacidad y la virtud de enfrentarse de manera abierta y directa con los grandes temas de la literatura: la soledad, el miedo, el amor, la venganza, la risa, la cobardía, la locura, la muerte, también la guerra, o el combate al menos. Lo que tiene en su contra, la acusación que no se le hace explícitamente pero por la que se le pasa factura y se lo rebaja, es justamente la de no ser demasiado metafórico, lo bastante indirecto, lo bastante sutil. En el fondo se le reprocha su propia y mayor virtud, la de atacar descarnadamente lo que, por otra parte, constituye la materia y esencia de la literatura, o de la más perdurable. […]

Hay muchos escritores que sólo dieron un fulgor, y por ese motivo cuantitativo han quedado olvidados. […] La mayor parte de los relatos pertenece al período llamado de entreguerras, que fue un período particularmente duro y fértil para la literatura inglesa. Durante los años veinte y treinta hubo una gran proliferación de escritores estimables o extraordinarios en el Reino Unido, aunque muchos de ellos vieron truncadas, aplazadas o desviadas sus carreras literarias. Y en esos años hubo una excelente cosecha, comparable a la de los años en que se desarrolló la novela gótica, de cuentos de ese género con varios nombres.

Esta antología pretende ofrecer una serie de relatos que, siendo casi enteramente desconocidos en la actualidad (incluso en su país de origen, incluso para los más fervorosos amantes del género), podrían, sin embargo, rivalizar con muchas de las piezas más célebres de la literatura de fantasmas o de horror o fantástica. Su única falta para no lograrlo fue quizá que eran únicos.

Sólo me queda reconocer, por último, que uno de los autores de Cuentos únicos no existió nunca y es pura invención, su nota biográfica incluida, y que el autor del relato, por tanto, jamás fue traducido, sino escrito directamente en español”.

Fragmento

En el jardín de la Capilla Expiatoria



“Desnoyers protestó con mal humor. ¿Marcharse?... París era pequeño para ellos por culpa de Margarita, que se negaba a volver al único sitio donde estarían al abrigo de toda sorpresa. En otro paseo, en un restaurante, allí donde fuesen, corrían igual riesgo de ser conocidos. Ella sólo aceptaba entrevistas en lugares públicos, y al mismo tiempo sentía miedo a la curiosidad de la gente. ¡Si Margarita quisiera ir a su estudio, de tan dulces recuerdos!...

-No; a tu casa no -repuso ella con apresuramiento-. No puedo olvidar el último día que estuve allí.

Pero Julio insistió, adivinando en su firme negativa el agrietamiento de una primera vacilación. ¿Dónde estarían mejor? Además, ¿no iban a casarse tan pronto como les fuese posible?...

-Te digo que no -repitió ella-. ¡Quién sabe si mi marido me vigila! ¡Qué complicación para mi divorcio si nos sorprenden en tu casa!

Ahora fue él quien hizo el elogio del marido, esforzándose para demostrar que esta vigilancia era incompatible con su carácter. El ingeniero había aceptado los hechos, juzgándolos irreparables, y en aquel momento sólo pensaba en rehacer su vida.

-No; mejor es separarse -continuó ella-. Mañana nos veremos. Tú buscarás otro sitio más discreto. Piensa; tú encuentras solución a todo.

Pero él deseaba la solución inmediata. Habían abandonado sus asientos, dirigiéndose lentamente hacia la rue des Mathurins. Julio hablaba con una elocuencia temblorosa y persuasiva. Mañana, no: ahora. No tenían más que llamar a un «auto» de alquiler; unos minutos de carrera, y luego el aislamiento, el misterio, la vuelta al dulce pasado, la intimidad de aquel estudio que había visto sus mejores horas. Creerían que no había transcurrido el tiempo, que estaban aún en sus primeras entrevistas.

-No -dijo ella con acento desfallecido, buscando una última resistencia-. Además, estará allí tu secretario, ese español que te acompaña. ¡Qué vergüenza encontrarme con él!...

Julio rió... ¡Argensola! ¿Podía ser un obstáculo este camarada que conocía todo su pasado? Si lo encontraban en la casa, saldría inmediatamente. Más de una vez lo había obligado a abandonar el estudio para que no estorbase. Su discreción era tal, que le hacía presentir los sucesos. De seguro que había salido, adivinando una visita próxima que no podía ser más lógica. Andaría por las calles en busca de noticias.

Calló Margarita, como si se declarase vencida al ver agotados sus pretextos. Desnoyers calló también, aceptando favorablemente su silencio. Habían salido del jardín, y ella miraba en torno con inquietud, asustada de verse en plena calle al lado de su amante y buscando un refugio. De pronto vio ante ella una portezuela roja de automóvil abierta por la mano de su compañero.

-Sube -ordenó Julio.

Y ella subió apresuradamente, con el ansia de ocultarse cuanto antes. El vehículo se puso en marcha a gran velocidad. Margarita bajó inmediatamente la cortinilla de la ventana próxima a su asiento. Pero antes que terminase la operación y pudiera volver la cabeza, sintió una boca ávida que acariciaba su nuca.

-No; aquí no -dijo con tono suplicante-. Seamos serios.

Y mientras él, rebelde a estas exhortaciones, insistía en sus apasionados avances, la voz de Margarita volvió a sonar sobre el estrépito de ferretería vieja que lanzaba el automóvil saltando sobre el pavimento.

-¿Crees realmente que no habrá guerra? ¿Crees que podremos casarnos?... Dímelo otra vez. Necesito que me tranquilices… Quiero oírlo de tu boca.

Capítulo I. Fragmento