“‒¿Qué
haces aquí?‒
dije.
Dejó
caer sus manos y cesó de decir “Uhh”. Y allí se erguía, torpe y avergonzado, el
fantasma de un joven débil, simple e indeciso.
‒Estoy
de ronda ‒dijo.
‒No
tienes nada que hacer aquí ‒dije en tono tranquilo.
‒Soy
un fantasma ‒dijo
a modo de justificación.
‒Puede
ser, pero no tienes por qué rondar por aquí. Éste es un club privado,
respetable; aquí vienen con frecuencia personas con niñeras y niños, y como
andas con tanto descuido, algún pobre niño te puede encontrar y asustarse horriblemente.
Supongo que no has reparado en ello.
‒No,
señor ‒dijo.
‒Pues
deberías haberlo hecho. ¿No tendrás alguna justificación para venir aquí,
verdad? Haber sido asesinado en el club o algo parecido.
‒No,
señor; pero pensé que como era un edificio viejo y tenía paredes de roble…
‒Eso
es una excusa ‒dije,
mirándole fijamente‒. Es un error haber venido aquí ‒continué
en un tono de superioridad amistosa. Hice como que buscaba mis cerillas y luego
lo miré con franqueza‒. Si yo fuera tú, no esperaría al
canto del gallo… me desvanecería al instante.
Pareció
aturdirse.
‒Es
que, señor… ‒comenzó.
‒Me
desvanecería ‒repetí,
dándole a entender que regresara a su mundo.
‒Es
que, señor, por alguna razón, no puedo.
‒ ¿Que
no puedes?
‒No,
señor. Hay algo que he olvidado. He estado vagando por aquí desde medianoche,
ocultándome en los armarios de los dormitorios vacíos y en lugares parecidos.
Estoy confundido. Nunca antes había salido a rondar y esta situación me
desconcierta.
‒ ¿Te
desconcierta?
‒Sí,
señor. He intentado hacerlo varias veces, pero no lo he conseguido. Hay algo
que se me ha ido de la memoria y no puedo volver.
Esto
me impresionó profundamente. Me miraba con tanta humildad que por nada del
mundo habría mantenido yo el tono tan agresivo que había adoptado.
‒Es
extraño ‒dije,
y mientras hablaba imaginé oír a alguien que se movía por abajo‒.
Ven a mi cuarto y cuéntame algo más sobre el asunto ‒yo,
por supuesto, no entendía nada.
Intenté
cogerle del brazo, pero, evidentemente, era como intentar coger un soplo de
humo. Había olvidado mi número, me parece. De cualquier forma, recuerdo haber
entrado en varios dormitorios ‒fue una suerte que yo fuera el
único que se encontraba en esa ala‒ hasta que al fin vi
mis cosas.
‒Ya
estamos ‒dije,
y me senté en el sillón. Siéntate y cuéntamelo todo. Me parece que te has
metido en un buen lío, amigo.
Bueno,
el fantasma dijo que no quería sentarse y que prefería ir y venir por la
habitación, si yo no tenía inconveniente. Así lo hizo y en un instante nos
vimos sumidos en una conversación larga y seria. En ese momento, los efluvios
de los whiskies y del soda se desvanecieron y empecé a tomar conciencia del
extraordinario y fantástico asunto en que estaba metido. Allí estaba,
semitransparente, el fantasma convencional, silencioso excepto cuando emitía su
voz fantasmal, revoloteando de aquí para allá, en aquel dormitorio viejo,
limpio, agradable y tapizado de quimón. Se podía ver, a través de él, la tenue
luz de las palmatorias de cobre, el resplandor de los guardafuegos de bronce y
las esquinas de los grabados enmarcados en la pared; y allí estaba él,
contándome su desdichada y corta vida, que acababa de concluir en la tierra. No
tenía una cara especialmente honesta, pero, al ser transparente, no podía
eludir decir la verdad”.
Fragmento