A Egor Petróvich Kovalevski / Yásnaia Poliana, a 12 de marzo de 1860
"Quizá recuerde, querido Egor
Petróvich, que hace más de dos años que vivo en la aldea y me dedico a mi
hacienda. Este año (desde el otoño), además de la hacienda, me dedico también a
una escuela para niños, niñas y grandes, que he creado para todo el que quiera.
Ahora tengo casi cincuenta alumnos y cada día aumentan. Los progresos de los
alumnos y el progreso de la escuela, en opinión de la gente, son inesperados.
Pero es imposible contarle todo, el cómo y el por qué; tendría que escribir un
libro o usted tendría que venir a verlo con sus propios ojos. Lo que pasa es lo
siguiente. Ser sabio en las cuestiones prácticas no consiste, creo, en saber
qué hay que hacer sino en saber qué hay que hacer primero y qué después. En lo
que se refiere al progreso de Rusia, por más útiles que sean las carreteras,
los telégrafos, los barcos, las carabinas, la literatura […], los teatros, las
academias de artes y demás, creo que, por más útiles que sean, serán cuestiones
prematuras y superfluas mientras el calendario muestre que en Rusia sólo el uno
por ciento de los habitantes, incluyendo a los que al parecer estudian, recibe
educación. Todo esto es útil (las academias, etcétera), pero es útil como
podría serlo una comida en el Club Inglés que acabarán comiéndose entre el
administrador y el cocinero. Todo esto es producido por 70 millones de rusos y
consumido por unos cuantos miles. Por ridículos que sean los eslavófilos con su
nacionalismo y su separatismo et tout le tremblement, lo que no saben es llamar
las cosas por su nombre pero, sin proponérselo, tienen razón. No sólo a
nosotros rusos, sino a todo extranjero que haya recorrido veinte verstas en
tierra rusa deberá saltarle a la vista la desproporción numérica entre las
personas instruidas y las no instruidas o, más exactamente, entre los bárbaros
y los que saben leer y escribir. Y ni hablar si se comparan los informes sobre
los distintos estados europeos. […] Pero veo que me he dejado llevar por mis
hábitos pedagógicos, y hasta a mí mismo me resulta ridículo estar demostrándole
con toda seriedad a usted que 2 x 2 = 4, es decir que la más vital de las
necesidades del pueblo ruso es la educación pública. Esa educación no existe.
No ha comenzado todavía y no comenzará nunca si el gobierno no se encarga de
ello. Que no existe, no se puede demostrar, pero si usted estuviera aquí, ahora
mismo daríamos una vuelta por la aldea y lo veríamos y lo oiríamos. Para
demostrar que no ha empezado todavía, ahora mismo podríamos ir a la escuela y
yo le señalaría a los que saben leer y escribir, que han aprendido con los
popes y los diáconos. Son los únicos alumnos que no tienen remedio. No hay que
reírse de las controversias sobre si es útil aprender a leer y a escribir o no.
Es una cuestión muy seria y muy dolorosa y yo, directamente, me pongo del lado
negativo. El alfabetismo, el aprendizaje de la lectura y la escritura es
nocivo. Lo primero que se da a leer es el símbolo eslavo de la fe, los salmos,
los mandamientos (eslavos); lo segundo, un libro de adivinación, etcétera. Sin
haberlo visto uno mismo en la práctica, es difícil que se pueda imaginar la
terrible devastación que esto causa a las facultades intelectuales, y la
destrucción que sufre el carácter moral de los alumnos. Tendría usted que
visitar las escuelas rurales y los seminarios (he investigado el tema), esos
seminarios que proveen de maestros a las escuelas públicas, para entender por
qué los alumnos de estas escuelas terminan sus estudios siendo más tontos y más
inmorales que los no alumnos. Para que la instrucción pública vaya bien,
tendría que ser puesta en manos de la sociedad. […] Aun si el gobierno
abandonara todos sus asuntos, si cerrara todos los departamentos y comisiones
(y haría muy bien) y se ocupara únicamente de la instrucción del pueblo, dudo
que tuviera éxito, porque el mecanismo gubernamental –que el gobierno ha
asimilado– se lo impediría y, sobre todo, porque le parecerá que sus intereses
están muy lejos (en realidad sólo tienen un interés) de la instrucción popular.
La sociedad, por el contrario, debería tener éxito porque sus intereses están
directamente relacionados con el nivel de educación de la gente; porque las
sociedades privadas de cualquier medio coercitivo de acción, no se adaptarán
sino a las necesidades de la gente, que se manifestarán en el éxito
filantrópico o financiero de la empresa, y constantemente podrán medir sus
acciones en el grado de satisfacción de las necesidades de la gente. Pero otra
vez, creo, le estoy demostrando el dos por dos. La cuestión radica, quizá, sólo
en saber si es real la necesidad de instruir e instruirse. Para mí es un
problema resuelto. Seis meses de existencia de mi escuela han dado lugar a la
creación de otras tres escuelas parecidas en los alrededores y todas han tenido
el mismo éxito. […]
Por el momento yo soy el único miembro de esta Sociedad. Pero le digo honestamente que, sea o no posible una Sociedad así, pondré todo lo que esté de mi parte, haré todos los esfuerzos imaginables para que se realice esta propuesta. Ni qué decir tengo que seguramente mis ideas son parciales y que la Sociedad, cuando se ocupe del asunto, agregará y cambiará muchas cosas. ¡Si esto pudiera dirigir las energías de mucha gente hacia un solo fin! No me niegue su ayuda, querido amigo Egor Petróvich. Yo no estoy en buenos términos con el gobierno. No puedo, de ninguna manera, ser yo quien lo proponga. […] En Tula hay un director de colegio, Gayarin se apellida […], es una persona excelente y hoy le comenté mis intenciones. Espero que no se niegue a presentarlo como si fuera suyo”.
Fragmento