martes, 17 de septiembre de 2019

El detective Strike



“La fricción entre el extremo de la pierna amputada de Strike y la prótesis se estaba volviendo más dolorosa a cada paso mientras se dirigía hacia Kensington Gore. Sudando un poco dentro de su pesado abrigo, mientras un sol débil hacía centellar el parque a lo lejos, Strike se preguntó si la extraña sospecha que le tenía absorbido era algo más que una sombra que se movía en las profundidades de un estanque turbio, una trampa de la luz, un efecto ilusorio de la superficie agitada por el viento. ¿Esos diminutos movimientos del cieno negro habían sido producto de una cola viscosa o no eran más que insignificantes ráfagas de gas producidas por las algas? ¿Podía haber algo merodeando, oculto, enterrado en el barro, y que otras redes habían rastreado en vano? 

Dirigiéndose a la estación de metro de Kensigton, pasó por la puerta de la reina de Hyde Park, ornamentada, oxidada y decorada con las insignias reales. Observador incurable, se fijó en la escultura de la gama y el cervatillo que había sobre un pilar y en el venado que había en el otro. A menudo, los humanos suponíamos la simetría y la igualdad donde no existía ninguna de las dos cosas. Iguales pero en el fondo diferentes… El ordenador de Lula Landry le iba golpeando cada vez con más fuerza sobre la pierna y la cojera fue empeorando.

En su estado dolorido, impedido y frustrado, había una previsibilidad gris en el anuncio que le hizo Robin, cuando por fin llegó al despacho a las cinco menos diez, sobre que aún era incapaz de traspasar a la que atendía el teléfono en la productora de Freddie Bestigui y que no había conseguido encontrar a nadie con el apellido Onifade con un número de teléfono de la British Telecom en la zona de Kilburn.

‒ Claro que si es tía de Rochelle, podría tener un apellido diferente, ¿no? apuntó Robin mientras se abotonaba el abrigo y se preparaba para marcharse.

Strike mostró estar de acuerdo con actitud de agotamiento. Se había dejado caer sobre el sofá hundido en el momento en que atravesó la puerta de la oficina, algo que Robin no le había visto hacer antes. Tenía el rostro comprimido.

‒ ¿Se encuentra bien?
‒ Sí. ¿Alguna noticia de Soluciones Temporales esta tarde?
‒ No contestó Robin apretándose el cinturón. Quizá me creyeron cuando les dije que me llamaba Annabel. Traté de parecer australiana.

Él sonrió. Robin cerró el informe provisional que había estado leyendo mientras esperado a que Strike regresara, lo colocó ordenadamente en su estante, se despidió de Strike y lo dejó ahí sentado, con el ordenador portátil a su lado sobre los cojines deshilachados.

Cuando dejó de oír el sonido de los pasos de Robin, Strike extendió un brazo hacia un lado para cerrar la llave de la puerta de cristal. A continuación, incumplió su propia prohibición de no fumar en el despacho los días laborables. Metiéndose el cigarro encendido entre los dientes, se levantó la pernera del pantalón y se desató la correa que sujetaba la prótesis a su muslo. Después, se sacó el revestimiento de gel del muñón de la pierna y examinó el extremo de su tibia amputada.

Se suponía que tenía que examinar la piel todos los días para ver si tenía irritación. Entonces, vio que el tejido de la cicatriz estaba inflamado y caliente. […] Su mente empezó a divagar, pensó en familias, en apellidos, en cómo su infancia y la de John Bristow, tan diferentes por fuera, habían sido similares. En la historia de la familia de Strike había personas que habían desaparecido también. Por ejemplo, el primer marido de su madre, de quien rara vez había hablado, excepto para decir que odió haberse casado con él desde el principio. La tía Joan, cuyo recuerdo siempre era más nítido mientras el de Leda era más confuso, decía que Leda, con dieciocho años, había abandonado a su marido después de dos semanas tan solo, que su única motivación para casarse con el Strike mayor quien, según la tía Joan, había llegado a Saint Mawes con la feria había sido un vestido nuevo y un cambio de apellido. En realidad, Leda había sido más fiel a su inusual nombre de casada que a ningún hombre. Se lo había puesto a su hijo, que nunca había conocido a su primer poseedor, con el que no guardaba relación, mucho tiempo antes de su nacimiento”.

Tercera parte. Capítulo 7 (fragmento).