“La fricción entre el extremo de la pierna amputada de Strike y la
prótesis se estaba volviendo más dolorosa a cada paso mientras se dirigía hacia
Kensington Gore. Sudando un poco dentro de su pesado abrigo, mientras un sol
débil hacía centellar el parque a lo lejos, Strike se preguntó si la extraña
sospecha que le tenía absorbido era algo más que una sombra que se movía en las
profundidades de un estanque turbio, una trampa de la luz, un efecto ilusorio
de la superficie agitada por el viento. ¿Esos diminutos movimientos del cieno
negro habían sido producto de una cola viscosa o no eran más que
insignificantes ráfagas de gas producidas por las algas? ¿Podía haber algo
merodeando, oculto, enterrado en el barro, y que otras redes habían rastreado
en vano?
Dirigiéndose a la
estación de metro de Kensigton, pasó por la puerta de la reina de Hyde Park,
ornamentada, oxidada y decorada con las insignias reales. Observador incurable,
se fijó en la escultura de la gama y el cervatillo que había sobre un pilar y
en el venado que había en el otro. A menudo, los humanos suponíamos la simetría
y la igualdad donde no existía ninguna de las dos cosas. Iguales pero en el
fondo diferentes… El ordenador de Lula Landry le iba golpeando cada vez con más
fuerza sobre la pierna y la cojera fue empeorando.
En su estado
dolorido, impedido y frustrado, había una previsibilidad gris en el anuncio que
le hizo Robin, cuando por fin llegó al despacho a las cinco menos diez, sobre
que aún era incapaz de traspasar a la que atendía el teléfono en la productora
de Freddie Bestigui y que no había conseguido encontrar a nadie con el apellido
Onifade con un número de teléfono de la British Telecom en la zona de Kilburn.
‒ Claro que si es tía de Rochelle, podría tener un apellido
diferente, ¿no? ‒apuntó
Robin mientras se abotonaba el abrigo y se preparaba para marcharse.
Strike mostró estar
de acuerdo con actitud de agotamiento. Se había dejado caer sobre el sofá
hundido en el momento en que atravesó la puerta de la oficina, algo que Robin
no le había visto hacer antes. Tenía el rostro comprimido.
‒ ¿Se encuentra bien?
‒ Sí. ¿Alguna noticia de Soluciones Temporales esta tarde?
‒ No ‒contestó
Robin apretándose el cinturón‒. Quizá
me creyeron cuando les dije que me llamaba Annabel. Traté de parecer
australiana.
Él sonrió. Robin
cerró el informe provisional que había estado leyendo mientras esperado a que
Strike regresara, lo colocó ordenadamente en su estante, se despidió de Strike
y lo dejó ahí sentado, con el ordenador portátil a su lado sobre los cojines
deshilachados.
Cuando dejó de oír
el sonido de los pasos de Robin, Strike extendió un brazo hacia un lado para
cerrar la llave de la puerta de cristal. A continuación, incumplió su propia
prohibición de no fumar en el despacho los días laborables. Metiéndose el
cigarro encendido entre los dientes, se levantó la pernera del pantalón y se
desató la correa que sujetaba la prótesis a su muslo. Después, se sacó el
revestimiento de gel del muñón de la pierna y examinó el extremo de su tibia
amputada.
Se suponía que
tenía que examinar la piel todos los días para ver si tenía irritación. Entonces,
vio que el tejido de la cicatriz estaba inflamado y caliente. […] Su mente
empezó a divagar, pensó en familias, en apellidos, en cómo su infancia y la de
John Bristow, tan diferentes por fuera, habían sido similares. En la historia
de la familia de Strike había personas que habían desaparecido también. Por
ejemplo, el primer marido de su madre, de quien rara vez había hablado, excepto
para decir que odió haberse casado con él desde el principio. La tía Joan, cuyo
recuerdo siempre era más nítido mientras el de Leda era más confuso, decía que
Leda, con dieciocho años, había abandonado a su marido después de dos semanas tan
solo, que su única motivación para casarse con el Strike mayor ‒quien, según la tía Joan, había
llegado a Saint Mawes con la feria‒ había
sido un vestido nuevo y un cambio de apellido. En realidad, Leda había sido más
fiel a su inusual nombre de casada que a ningún hombre. Se lo había puesto a su
hijo, que nunca había conocido a su primer poseedor, con el que no guardaba
relación, mucho tiempo antes de su nacimiento”.
Tercera parte. Capítulo 7 (fragmento).