lunes, 26 de agosto de 2019

Festina lente



“Contra el lugar común de que la Edad Media fue una edad oscura, conviene recordar que el calificativo (inventado por Petrarca) fue interesado y tendencioso. Parecía definir todo un milenio, cuando no hacía más que ignorarlo, para atribuirse orígenes atenienses, milagrosamente renacidos. Hay que distinguir. Los siglos del desplome occidental bajo los bárbaros sí fueron oscuros; pero no tanto los de lenta integración de una nueva cultura latina, y menos aún el llamado renacimiento carolingio del siglo IX (que fue una recuperación del latín clásico y el arte romano, más que de los griegos); ya no se diga los extraordinarios siglos XII y XIII, que inventaron el renacimiento permanente : el mito del progreso, por el cual Occidente se volvió el centro de la creatividad, el liderazgo y el poder imperial del planeta.

Contra el lugar común de que el pensamiento moderno tira la escolástica a la basura y parte de cero, también hay que distinguir. Una cosa es rechazar la institución escolástica (orientada cada vez más a la formación universitaria para las cortes y la Iglesia) y otra rechazar la creatividad del pensamiento medieval. […]

El Renacimiento italiano recupera la Academia de Platón, contra la universidad. Sus protagonistas son letrados independientes y hasta empresarios que dialogan entre los árboles y buscan la contemplación de la verdad y la belleza, no las graduaciones ni la carrera. El Concilio de Florencia (1438-1445), organizado para volver a unir las Iglesias griega y latina, despertó en los florentinos el interés por el cristianismo griego, la búsqueda de una religiosidad más amplia y el entusiasmo por Platón (más que Aristóteles) como fundamento de una teología laica, que integrara el eros griego y la caridad cristiana. […]

El empresario Cosme de Médici, que maniobró para que la sede del Concilio estuviera en Florencia, se entusiasma oyendo el griego de los teólogos bizantinos como una lengua viva, se pone a estudiar griego y decide que ahí también renazca la Academia platónica, para lo cual entrega a Ficino su villa de Careggi (1452). A partir de esta fundación, de inmensa resonancia, se crean centenares de academias en Italia y el resto de Europa. Su propósito inicial era la contemplación (sin monasterio), como fin supremo de la vida: conversar, leer, escribir, pintar, hacer música; una vida contemplativa que, sin embargo, tenía el sentido práctico y hasta comercial de aprovechar las nuevas tecnologías de la imprenta.

Los humanistas del Renacimiento fueron editores: rescataban, cuidaban, traducían y editaban a los clásicos. Aldo Manucio, que ha pasado a la historia como notable impresor, fue también el fundador de una academia que se daba el lujo de conversar en griego con los sabios del imperio bizantino en Venecia. Empezaron a llegar después del Concilio, cuando el imperio turco fue cercando al bizantino y, finalmente, tomó Constantinopla (1463). Con los refugiados, llegaron también muchos libros en griego de la cultura clásica, helenista y cristiana. Por segunda vez, en medio milenio, primero por España y Sicilia, ahora por Venecia y Florencia, el pensamiento griego transformado en teología llegaba de Oriente y estimulaba un renacimiento.

La novedad del Renacimiento italiano estuvo en leer directamente en griego lo que se había leído en latín, traducido del árabe. Aún más novedoso fue leerlo y comentarlo fuera de la universidad. Pero la novedad radical fue crear una alternativa a la institución escolástica: la institución editorial. La imprenta, no sólo apoyó la recuperación de la tertulia platónica, apoyó una nueva forma de vida pública, recuperada de la democracia griega: la república de lectores. […]

Erasmo prefirió ser autor que profesor. Dedicó gran parte de su vida a trabajos editoriales. En su opinión, un empresario editor como Aldo Manucio estaba haciendo algo más importante que la Biblioteca de Alejandría, cuyos lectores eran príncipes y sabios dentro del palacio. En cambio, «Aldo está construyendo una biblioteca abierta a todo el mundo” (Festina lente). Manucio había lanzado comercialmente ediciones precursoras de los Penguin Classics: buenas, bonitas y baratas. Erasmo lo celebra en su carta del 28 de octubre de 1507: “Muchas veces he deseado que tus ediciones griegas y latinas te diesen tantas ganancias como el lustre que tu imprenta les da. Pero, en cuanto a la fama, estoy seguro de que, mientras haya lectores, tu nombre quedará». […]

Los letrados independientes crearon una especie de sociedad civil del saber, un nuevo espacio de la vida pública por medio de la imprenta, que fue creciendo del Renacimiento a la Reforma a la Revolución: el lector que no lee para hacer carrera, sino por gusto, el autor sin cátedra, el saber fuera de la universidad, la contemplación fuera del monasterio, la religiosidad laica, la tertulia intelectual”.

Capítulo 9. De Bagdad a Florencia (fragmento)