“Contra el lugar común de que la Edad Media fue una edad oscura,
conviene recordar que el calificativo (inventado por Petrarca) fue interesado y
tendencioso. Parecía definir todo un milenio, cuando no hacía más que
ignorarlo, para atribuirse orígenes atenienses, milagrosamente renacidos. Hay
que distinguir. Los siglos del desplome occidental bajo los bárbaros sí fueron
oscuros; pero no tanto los de lenta integración de una nueva cultura latina, y
menos aún el llamado renacimiento carolingio del siglo IX (que fue una
recuperación del latín clásico y el arte romano, más que de los griegos); ya no
se diga los extraordinarios siglos XII y XIII, que inventaron el renacimiento
permanente : el mito del progreso, por el cual Occidente se volvió el centro de
la creatividad, el liderazgo y el poder imperial del planeta.
Contra el lugar
común de que el pensamiento moderno tira la escolástica a la basura y parte de
cero, también hay que distinguir. Una cosa es rechazar la institución
escolástica (orientada cada vez más a la formación universitaria para las
cortes y la Iglesia) y otra rechazar la creatividad del pensamiento medieval.
[…]
El Renacimiento
italiano recupera la Academia de Platón, contra la universidad. Sus
protagonistas son letrados independientes y hasta empresarios que dialogan
entre los árboles y buscan la contemplación de la verdad y la belleza, no las
graduaciones ni la carrera. El Concilio de Florencia (1438-1445), organizado
para volver a unir las Iglesias griega y latina, despertó en los florentinos el
interés por el cristianismo griego, la búsqueda de una religiosidad más amplia
y el entusiasmo por Platón (más que Aristóteles) como fundamento de una
teología laica, que integrara el eros griego y la caridad cristiana. […]
El empresario Cosme
de Médici, que maniobró para que la sede del Concilio estuviera en Florencia,
se entusiasma oyendo el griego de los teólogos bizantinos como una lengua viva,
se pone a estudiar griego y decide que ahí también renazca la Academia
platónica, para lo cual entrega a Ficino su villa de Careggi (1452). A partir
de esta fundación, de inmensa resonancia, se crean centenares de academias en
Italia y el resto de Europa. Su propósito inicial era la contemplación (sin
monasterio), como fin supremo de la vida: conversar, leer, escribir, pintar,
hacer música; una vida contemplativa que, sin embargo, tenía el sentido
práctico y hasta comercial de aprovechar las nuevas tecnologías de la imprenta.
Los humanistas del
Renacimiento fueron editores: rescataban, cuidaban, traducían y editaban a los
clásicos. Aldo Manucio, que ha pasado a la historia como notable impresor, fue
también el fundador de una academia que se daba el lujo de conversar en griego con
los sabios del imperio bizantino en Venecia. Empezaron a llegar después del
Concilio, cuando el imperio turco fue cercando al bizantino y, finalmente, tomó
Constantinopla (1463). Con los refugiados, llegaron también muchos libros en
griego de la cultura clásica, helenista y cristiana. Por segunda vez, en medio
milenio, primero por España y Sicilia, ahora por Venecia y Florencia, el
pensamiento griego transformado en teología llegaba de Oriente y estimulaba un
renacimiento.
La novedad del
Renacimiento italiano estuvo en leer directamente en griego lo que se había
leído en latín, traducido del árabe. Aún más novedoso fue leerlo y comentarlo
fuera de la universidad. Pero la novedad radical fue crear una alternativa a la
institución escolástica: la institución editorial. La imprenta, no sólo apoyó
la recuperación de la tertulia platónica, apoyó una nueva forma de vida
pública, recuperada de la democracia griega: la república de lectores. […]
Erasmo prefirió ser
autor que profesor. Dedicó gran parte de su vida a trabajos editoriales. En su
opinión, un empresario editor como Aldo Manucio estaba haciendo algo más
importante que la Biblioteca de Alejandría, cuyos lectores eran príncipes y
sabios dentro del palacio. En cambio, «Aldo está construyendo una biblioteca
abierta a todo el mundo” (Festina lente).
Manucio había lanzado comercialmente ediciones precursoras de los Penguin
Classics: buenas, bonitas y baratas. Erasmo lo celebra en su carta del 28 de
octubre de 1507: “Muchas veces he deseado que tus ediciones griegas y latinas
te diesen tantas ganancias como el lustre que tu imprenta les da. Pero, en
cuanto a la fama, estoy seguro de que, mientras haya lectores, tu nombre
quedará». […]
Los letrados
independientes crearon una especie de sociedad civil del saber, un nuevo
espacio de la vida pública por medio de la imprenta, que fue creciendo del
Renacimiento a la Reforma a la Revolución: el lector que no lee para hacer
carrera, sino por gusto, el autor sin cátedra, el saber fuera de la
universidad, la contemplación fuera del monasterio, la religiosidad laica, la
tertulia intelectual”.
Capítulo 9. De Bagdad a
Florencia (fragmento)